Fotografiar para la historia
Me encanta ver fotos antiguas de lugares que han cambiado.
Soy de Elche, una ciudad mediana de 240.000 habitantes, con aroma a sal Mediterránea y sabor a dátil, donde el valenciano se mezcla con el castellano y se escucha con ligero acento murciano y manchego.
Bajo nuestros pies, 2000 años de historia habitada. Musulmanes y cristianos pelearon por estas áridas tierras, pero antes de ellos, por aquí caminaron romanos, íberos o fenicios. ¿Imagináis cuánto habrá cambiado el paisaje de mi ciudad y sus campos a lo largo de la historia humana?
Esto os lo cuento, porque uno de mis libros fotográficos favoritos, regalazo además de quienes más me quieren en esta vida: mis creadores, es de Pedro Ibarra y Ruíz, arqueólogo, escritor y pintor ilicitano que se dedicó a retratar la ciudad entre finales de 1800 y principios de 1900, cámara en hombro.
El caso es que cuando ojeo estos libros y viajo en el tiempo a través de sus fotografías, a parte de detenerme irremediablemente en esas escenas del pasado, trato de imaginar la finalidad con la que Pedro sacó la cámara y gastó carrete en aquellos momentos.
¿Ya sabía que su trabajo algún día sería pura historia de su ciudad?
La verdad es que lo dudo. Y de hecho, también dudo que así lo fuese si lo fotografiado entonces, no hubiese cambiado tanto respecto a ahora.
¿Y a qué viene toda esta reflexión?
Pues a que últimamente tengo la sensación de que casi todo lo que fotografío, será historia, e historia importante, porque la naturaleza que hoy conocemos, se está transformando a una velocidad vertiginosa.
Piénsalo; mis hijos cuando tengan mi edad, no encontrarán glaciares, ni ríos ni tan siquiera bosques en muchos de los lugares donde hoy los estoy capturando.
Los fotógrafos como Pedro Ibarra inmortalizaron una sociedad y una arquitectura muy diferente a lo que vemos hoy y nosotros, los fotógrafos de comienzo del s.XXI, retratamos un planeta con un medio natural que ya está cambiando de forma radical.
Estas dos fotografías las tomé yo, ambas pertenecen al mismo lugar: El glaciar Rhone, en Suiza.
La primera fotografía, este verano de 2023, la segunda, en verano de 2007. La diferencia corta la respiración. En solo 16 años, ha desaparecido lo que la naturaleza tardó miles en construir. En ambas quería simplemente capturar la belleza del lugar, pero al juntarlas, se convierten en un archivo documental e histórico que nos habla de lo que no conocerán nuestros hijos, lo que no conocerá nuestra propia vejez.
Y no son solo los glaciares. Algo que nunca imaginé llegar a ver, lleva años sucediendo en nuestro propio vecindario: Los bosques comienzan a secarse.
Cada vez hace más calor, llueve y nieva menos y cuando lo hace, es de forma torrencial. ¿El resultado? Los bosques mueren de sed.
Y es que en España, los bosques ya no mueren solo pasto de las llamas cada verano, ahora también lo hacen de sed, dejando patente que hasta aquí llegó el bosque, abriendo las puertas a un desierto cada vez más patente.
¿Puede entonces, que cada fotografía de mis fines de semana en la montaña, acaben siendo historia natural dentro de 30-40 años y no por cambios sociales, si no paisajísticos y climáticos?
Pues creo que sí.
Y con esa idea que cada vez copa más mi cabeza cuando salgo a hacer fotos, os dejo por hoy, una vez demostrado que mi compromiso de escribir una vez por semana ha caído en el saco roto de los propósitos de año nuevo, os dejo hasta más ver.
Entre tanto, disfrutemos de la vida, la naturaleza y las artes mientras nos sea posible.
Y sonriamos, que es la obra artística más económica y sencilla de ejecutar que podemos llevar a cabo a diario.